¿Qué padre o madre no quiere lo mejor para sus hijos? Todos deseamos que nuestros hijos sean felices, que se desarrollen plenamente, que alcancen sus sueños y que se conviertan en personas de bien. Sin embargo, a veces, sin darnos cuenta, podemos estar proyectando en ellos nuestras propias expectativas, frustraciones o deseos, y eso puede tener consecuencias negativas para su bienestar emocional y su autoestima.

Las altas expectativas son aquellas que van más allá de las capacidades, intereses o necesidades de los niños. Son expectativas que responden a los ideales de los padres, pero que no tienen en cuenta la realidad de los hijos. Por ejemplo, esperar que un niño saque siempre las mejores notas, que sea el mejor deportista, que toque un instrumento a la perfección o que tenga muchos amigos.

Estas expectativas pueden generar una presión excesiva en los niños, que se sienten obligados a cumplir con lo que sus padres esperan de ellos, aunque no coincida con lo que ellos quieren o pueden hacer. Esto puede provocar estrés, ansiedad, miedo al fracaso, baja autoestima, culpa o resentimiento hacia los padres.

Además, las altas expectativas pueden impedir que los niños descubran y desarrollen sus propias habilidades, gustos y pasiones. Los niños pueden perder la motivación por aprender, por explorar o por divertirse, y centrarse solo en complacer a sus padres. Esto puede afectar a su creatividad, a su autonomía y a su identidad.

Por eso, es fundamental que los padres mantengan unas expectativas saludables hacia sus hijos, que se basen en el conocimiento de sus características personales, de sus fortalezas y debilidades, de sus intereses y necesidades. Unas expectativas que les permitan crecer a su propio ritmo, sin comparaciones ni exigencias desmesuradas.

Los padres deben ser un apoyo para sus hijos, no un juez.

Deben animarlos a superarse, pero también a aceptarse. Deben reconocer sus logros, pero también sus esfuerzos. Deben ayudarlos a mejorar, pero también a disfrutar. Deben respetar su individualidad, pero también su pertenencia.

Los padres no deben verse reflejados en sus hijos, ni tratar de conseguir los méritos propios a través de ellos. Los padres deben entender que los hijos son personas diferentes a ellos, con sus propios deseos, opiniones y sentimientos. Los padres deben acompañarlos en su camino, pero no decidirlo por ellos.

Los hijos no dejan de ser humanos, y nuestro deber es más guiarlos en encontrar su propio camino y apoyarlos a su propio ritmo. Si bien está correcto que los alentemos a superarse siempre debe ser de forma en la que no generemos demasiada presión en ellos.

Para ilustrar mejor estos conceptos, puedes incluir algunos ejemplos de cómo son las altas expectativas y cómo afectan a los niños. Por ejemplo:

  • Un padre que quiere que su hijo sea médico como él, aunque el niño prefiera estudiar arte.
  • Una madre que inscribe a su hija en clases de ballet, piano y francés, sin dejarle tiempo libre para jugar o descansar.
  • Unos padres que castigan a su hijo por sacar un 9 en matemáticas, cuando él se ha esforzado mucho para mejorar.
  • Una madre que compara constantemente a su hija con su prima, que tiene mejores notas y más amigos.

¿Soy un padre con altas expectativas?

Cómo identificar si eres un padre o una madre que está superando las expectativas que tienes sobre tu hijo o hija. Algunas señales pueden ser:

  • Te enfocas más en los resultados que en el proceso.
  • Criticas más de lo que elogias.
  • No escuchas lo que tu hijo o tu hija te dice.
  • No le das espacio para equivocarse o aprender de sus errores.
  • No le permites expresar sus emociones o sentimientos.
  • No respetas sus gustos o preferencias.
  • No le das autonomía o responsabilidad.