La ansiedad es una emoción que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida. Es una reacción natural ante situaciones que percibimos como amenazantes o inciertas, y nos ayuda a prepararnos para afrontarlas. Sin embargo, cuando la ansiedad se vuelve excesiva, frecuente o desproporcionada, puede interferir en nuestro bienestar y en nuestro funcionamiento diario. Esto también puede ocurrirle a los niños, que pueden sentir ansiedad por diferentes motivos: el colegio, los amigos, los cambios, los conflictos familiares, etc.
¿Cómo podemos saber si nuestro hijo está desarrollando ansiedad?
Algunos signos que pueden alertarnos son:
- Se muestra nervioso, inquieto o irritable.
- Tiene dificultades para concentrarse o para dormir.
- Evita situaciones que le generan miedo o malestar, como ir al colegio, hablar en público o relacionarse con otros niños.
- Se queja de dolores físicos, como dolor de cabeza, de estómago o de pecho.
- Llora con facilidad o tiene rabietas.
- Se culpa a sí mismo o se siente inferior a los demás.
- Tiene pensamientos negativos o catastrofistas sobre el futuro.
- Se muestra excesivamente preocupado por su rendimiento o por complacer a los demás.
Si observamos alguno de estos síntomas en nuestro hijo, lo primero que debemos hacer es transmitirle calma y comprensión. No debemos minimizar ni criticar lo que siente, sino escucharle y validar sus emociones. Debemos mostrarle que estamos a su lado y que le vamos a ayudar a superar sus miedos.
¿Cómo podemos ayudar a nuestro hijo a gestionar la ansiedad?
Algunas estrategias que podemos poner en práctica son:
- Enseñarle técnicas de relajación, como respirar profundamente, relajar los músculos o visualizar imágenes positivas.
- La respiración profunda: consiste en inspirar lentamente por la nariz, llenando el abdomen de aire, y luego exhalar por la boca, vaciando el abdomen. Podemos contar hasta cuatro mientras inspiramos y hasta seis mientras espiramos. Podemos repetir este ejercicio varias veces hasta sentirnos más tranquilos.
- La relajación muscular: consiste en tensar y relajar los diferentes grupos musculares del cuerpo, empezando por los pies y subiendo hasta la cabeza. Podemos mantener la tensión durante unos segundos y luego soltarla, notando la diferencia entre ambos estados. Podemos repetir este ejercicio con cada grupo muscular hasta sentirnos más relajados.
- La visualización positiva: consiste en imaginar un lugar o una situación que nos haga sentir bien, como una playa, un bosque o un recuerdo feliz. Podemos cerrar los ojos y tratar de recrear con detalle lo que vemos, oímos, olemos, sentimos y saboreamos en ese lugar o situación. Podemos permanecer en ese estado durante unos minutos hasta sentirnos más calmados.
- Ayudarle a identificar y cuestionar sus pensamientos negativos, y a sustituirlos por otros más realistas y optimistas.
- Fomentar su autoestima y su confianza, reconociendo sus logros y sus cualidades, y animándole a enfrentarse a nuevos retos.
- Establecer una rutina diaria que le proporcione seguridad y estabilidad, incluyendo momentos de ocio y diversión.
- Promover hábitos saludables, como una alimentación equilibrada, una buena higiene del sueño y la práctica de ejercicio físico.
- Buscar apoyo profesional si la ansiedad de nuestro hijo es muy intensa o persistente, o si afecta a su desarrollo o a su calidad de vida.
Es importante recordar que la ansiedad no es algo malo ni anormal, sino una experiencia natural que forma parte de nuestro aprendizaje. Si gestionamos adecuadamente la ansiedad de nuestro hijo, podemos convertirla en una oportunidad para su crecimiento y desarrollo emocional y cognitivo. Así le estaremos preparando para que de adulto tenga mejor control sobre sus emociones y pueda enfrentarse a las dificultades con mayor resiliencia y recursos.