Audio / Poscast de esta historia
Fausto despertó en un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. A su alrededor, una niebla espesa y silenciosa se movía lentamente. El aire olía a cera vieja y tierra húmeda, y bajo sus pies sentía un suelo de piedras lisas y frías que crujían con cada movimiento.
De pronto, una figura emergió de la penumbra, envuelta en una capa de plumas oscuras que brillaban con un tenue resplandor azulado, como alas de cuervo bajo la luz de la luna.
—¿Dónde estoy? —preguntó Fausto, su voz resonando de manera extraña en aquel espacio vacío.
La figura, cuyo rostro permanecía oculto en las sombras, respondió con una voz que le resultó inquietantemente familiar, como el eco de un recuerdo olvidado:
—Estás en el Umbral, Fausto. Un lugar para quienes no están preparados ni para el cielo ni para el infierno.
Fausto sintió un escalofrío al escuchar su nombre. La figura continuó:
—Tienes una oportunidad única para enmendar tus errores. ¿Quieres cambiar las cosas que hiciste mal?
El corazón de Fausto se aceleró. Recordó sus últimos días en el hospital, solo, abandonado por todos aquellos por quienes había trabajado incansablemente. Recordó a sus hijos que no fueron a despedirse, a su exesposa que dejó de visitarlo, a sus compañeros de trabajo que lo olvidaron tan pronto como la enfermedad lo alejó de la oficina.
—Sí… sí quiero cambiar las cosas —respondió con voz quebrada—. Siento profundamente no haber sido mejor padre, mejor esposo, mejor persona.
La figura extendió una mano huesuda que sostenía un candelabro de plata antiguo. La vela que llevaba ardía con una llama violeta que emitía más sombras que luz.
—Este es tu tiempo, Fausto. Llévalo a través del pasillo. Cada puerta que encuentres contendrá un momento crucial de tu vida. Si te detienes y usas esta luz para iluminar tus errores, podrás cambiarlos. Pero cuidado —la voz de la figura se hizo más grave—, si la llama se apaga antes de que completes tu camino, perderás esta oportunidad para siempre.
Fausto tomó el candelabro con manos temblorosas. Notó que la cera ya estaba derritiéndose, goteando lentamente sobre sus dedos.
—Haré lo que sea necesario —prometió, aunque en su interior, el miedo comenzaba a crecer.
El pasillo se extendía interminable ante él, con paredes de un material negro que absorbía la luz. A su izquierda, apareció la primera puerta, de madera vieja y agrietada. Al abrirla, Fausto se encontró en su antigua oficina. Allí estaba su yo más joven, enfocado en unos documentos, mientras su hijo Marco, de apenas ocho años, intentaba mostrarle un dibujo.
—Papá, mira lo que hice en la escuela hoy —decía el niño con entusiasmo.
—No ahora, Marco. Estoy ocupado —respondió el Fausto del pasado sin levantar la vista.
Fausto sintió un dolor en el pecho al ver la expresión de decepción en el rostro de su hijo. La llama de su vela parpadeó, invitándolo a entrar, a cambiar ese momento. Pero el miedo a perder su única oportunidad lo paralizó.
—No puedo arriesgarme —murmuró para sí mismo—. Primero debo llegar al final.
Cerró la puerta con fuerza y continuó su camino. La vela ahora ardía un poco más baja.
La segunda puerta era de cristal empañado. A través de ella, vio a su hija Sofía, adolescente, dejando un sobre sobre su escritorio.
—Es mi solicitud para la universidad, papá. Necesito que la firmes —explicaba.
El Fausto del recuerdo ni siquiera levantó la vista de su computadora. La llama de la vela titiló con fuerza, casi suplicándole que interviniera. Fausto sintió las lágrimas brotar en sus ojos, pero siguió adelante. La cera seguía derritiéndose.
Cada nueva puerta era más dolorosa que la anterior: su esposa Claudia llorando en silencio mientras empacaba sus maletas, su mejor amigo de la universidad esperando inútilmente en un café que Fausto nunca llegó a visitar, su madre anciana pasando sola su último cumpleaños.
En cada ocasión, la vela le ofrecía su luz para cambiar esos momentos, pero Fausto, cegado por el miedo y la prisa, seguía adelante. La llama se hacía cada vez más débil, más tenue.
Cuando finalmente llegó al final del pasillo, la vela no era más que un pequeño cabo que apenas iluminaba su propio rostro. La Figura de Plumas estaba allí esperándolo.
—Fausto —dijo con una mezcla de tristeza y decepción—, mientras recorriste este pasillo, has revivido los momentos cruciales de tu vida. En cada puerta tenías la oportunidad de usar esta luz para iluminar tus errores y cambiarlos.
La figura extendió sus brazos, mostrando las plumas de su capa que ahora parecían reflejar todas las escenas que Fausto había visto.
—Esta llama era tu conciencia, tu oportunidad de redención. Si te hubieras detenido en cada habitación, si hubieras usado esta luz para enfrentar tus errores, habrías transformado tu destino.
Fausto cayó de rodillas, finalmente comprendiendo. Las lágrimas caían libremente por su rostro.
—¡Tenía miedo! ¡No sabía que…!
—El miedo te paralizó, como en vida —interrumpió la figura—. Y ahora, como entonces, elegiste la prisa sobre el amor, el final sobre el proceso.
En ese momento, la última gota de cera cayó. La llama se extinguió con un susurro. La oscuridad los envolvió a ambos, y lo último que escuchó Fausto fue la voz de la figura diciendo:
—Ya no te queda tiempo para arrepentirte.
La niebla se cerró alrededor de él, y Fausto comprendió demasiado tarde la verdadera naturaleza de su castigo: no era el infierno lo que le esperaba, sino la eterna consciencia de todas las oportunidades que había dejado pasar.
FIN
Flipbook del Cuento: La Luz de la Conciencia
Hemos creado este Flipbook del cuento para que disfrutes la historia de una manera diferente. Puedes:
Moraleja:
El cuento de “La luz de la conciencia” nos enseña una lección muy importante y profunda: todos llevamos una luz especial dentro de nosotros que nos ayuda a tomar las mejores decisiones. Esa “luz” es la voz interior que todos tenemos, que nos dice cuándo algo está bien o mal. El anciano del cuento no usa adecuadamente su vela, que es como su conciencia, para iluminar un pasillo oscuro lleno de puertas. Cada puerta puede ser una acción o una decisión que debemos tomar en la vida. La oscuridad representa la confusión o la tentación de hacer algo incorrecto.
La moraleja principal es que es crucial escuchar esa pequeña luz o voz interior antes de que sea tarde. Nos ayuda a recapacitar sobre nuestros actos y a tomar el camino correcto. Esto nos enseña a los niños que, desde pequeños, debemos aprender a escuchar esa voz. Si lo hacemos, podemos evitar cometer errores de los que podríamos arrepentirnos y nos convertiremos en personas que siempre piensan antes de actuar, haciendo el bien y sintiéndonos bien con nosotros mismos.
Datos adicionales
Autor: Original de Mi libro de cuentos
Edades: Recomendo para padres
Valores principales: Conciencia, Sabiduría, Decisión, Moralidad, Reflexión, Autoconocimiento, Verdad, Guía interior, Valentía (de tomar decisiones).