Imagen de la princesa Cordelia para colorear basada en el cuento Las tres hijas del Rey

Dibujo para colorear

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El Reino de las Tres Coronas

En un reino donde los inviernos pintaban de escarcha los vitrales del palacio y los veranos llenaban los jardines de peonías, gobernaba un rey viudo con sus tres hijas: Aurora, cuya voz hipnotizaba a los ruiseñores; Celeste, cuyos pies trazaban figuras en el aire como si bailara sobre hilos de plata; y Alba, la menor, cuyas manos curaban heridas con solo posarse sobre ellas.

El rey, aunque justo, llevaba en el corazón una espina de soledad. Sus yernos, príncipes de reinos vecinos, competían por su favor, pero era Alba —cuya risa resonaba como campanillas— quien iluminaba sus días.

La Prueba del Amor

Una tarde, mientras el consejo real debatía la sucesión, el monarca anunció con voz quebrada:
Dividiré el reino según el amor que me profeséis. No en partes iguales, sino en proporción a vuestro afecto.

Aurora, arrodillada sobre un cojín de terciopelo, juró:
Te amo más que a la luz del día, padre. Sin ti, mi vida sería noche eterna.

Celeste, colocando una rosa blanca sobre su regazo, añadió:
Eres el faro que guía mi alma. Te quiero más que al mar a la luna.

Alba, con los dedos entrelazados sobre su delantal (manchado de tierra por ayudar en los huertos), murmuró:
Te amo… como la sopa necesita sal. Sin ella, todo pierde sentido.

El salón estalló en murmullos. El rey, con el rostro encendido, gritó:
¡La sal es lo más vil de la cocina! ¡Mereces irte con solo lo que llevas puesto!

El Destierro y la Transformación

Alba partió al amanecer, llevando solo:

  1. Un vestido de lino crudo (el que usaba para podar rosales).
  2. Un traje de terciopelo azul (regalo de su madre muerta).
  3. Su ajuar nupcial (bordado con lágrimas y esperanzas).

Tras días de caminar, encontró un lago donde los cisnes le brindaron refugio. Allí, tejió un manto de juncos que la cubrió de pies a cabeza, y una gorra trenzada que escondió su melena dorada. Así nació Gorra de Junco, la misteriosa muchacha que llegó a las cocinas del castillo de Edric —su antiguo prometido, ahora rey—.

La Vida en las Sombras

En las cocinas, donde el humo ennegrecía las paredes y los cuchillos cantaban al filarse, Alba:

  • Lavaba montañas de platos cuyos restos eran su único alimento.
  • Escuchaba cómo las damas burlaban a la “princesa desterrada”.
  • Vigilaba a Edric, que paseaba por los jardines con una tristeza que le recordaba a las tardes de ajedrez compartidas.

Una noche, mientras pelaba patatas con un cuchillo mellado, la cocinera mayor le escupió:
¡Ni para mendiga sirves! El rey no prueba bocado desde que llegaste.

Los Tres Bailes del Destino

Primer baile: Alba se vistió con el lino crudo, ahora teñido de añil por las bayas que recolectaba. Al entrar, el salón enmudeció. Edric, con una cicatriz en la barbilla (herencia de su última batalla), la sacó a bailar.
Tus manos… ¿por qué tienen callos de espada y no de aguja? —preguntó él, sintiendo las cicatrices bajo sus dedos.

Segundo baile: El terciopelo azul brilló bajo las lámparas. Edric le ofreció una manzana de oro (símbolo de su reino).
¿Por qué huyes siempre? —rogó, mientras ella dejaba caer un guante perfumado con romero.

Tercer baile: El vestido nupcial, cuyos diamantes narraban la historia de su linaje, deslumbró a la corte. Edric, arrodillado, confesó:
Soñé con una princesa que hablaba de sal… y desde entonces, toda comida me sabe a ceniza.

El Reconocimiento

Al ser descubierta, Alba rasgó su disfraz. Bajo los juncos, el vestido nupcial brillaba como nieve bajo la luna. Edric, pálido, murmuró:
Te busqué en todos los reinos… mientras trabajabas en mis fogones.

En el banquete de reconciliación, el rey anciano (ahora un huésped en la corte de su hija) probó una sopa insípida y comprendió:
La sal no se ve… pero su ausencia mata el sabor del amor.

Mientras, Aurora y Celeste —atrapadas en una guerra por un granero— se maldijeron hasta que sus reinos se convirtieron en polvo.

Alba decretó que cada comida real incluiría un plato sin sal, para recordar que el amor verdadero no se grita… se sazona en silencio.e bondadoso que se fundía con la niebla, dejando atrás un reino unido y una lección más grande que él mismo.


Moraleja:

La moraleja de “Las Tres Hijas del Rey” es súper importante y nos ayuda a entender el amor de verdad. Imagina que tus padres o abuelos te preguntaran cuánto los quieres. Algunas personas dirían cosas muy elaboradas y bonitas, como “¡te quiero más que al oro del mundo!”. Así hicieron las dos hijas mayores del rey. Pero la hija menor, que era muy honesta y sabia, dijo que lo quería como a la sal.

Al principio, al rey no le gustó nada esa respuesta porque la sal le parecía algo simple y sin valor comparado con el oro o las joyas. Se sintió ofendido y pensó que su hija menor no lo quería tanto. Sin embargo, con el tiempo, el rey se dio cuenta de algo muy importante: la sal es algo indispensable. Sin sal, la comida no tiene sabor, y la vida se vuelve aburrida. Las cosas más importantes a veces son las más simples y las que damos por sentado, ¡pero sin ellas no podríamos vivir bien ni disfrutar!

Así que, lo que el cuento nos enseña es que el amor verdadero y los valores importantes no siempre se demuestran con palabras extravagantes o regalos caros. A veces, la forma más auténtica de mostrar afecto es con la honestidad, la sencillez y estando ahí en lo cotidiano. Este cuento nos invita a valorar lo esencial, a no dejarnos llevar por las apariencias o las palabras huecas, y a reconocer que las cosas más valiosas de la vida, como el amor de nuestra familia y amigos, son a menudo las más simples, pero sin las cuales, nuestra vida sería insípida.

Datos adicionales

Autor: Versión semejante; Rey Lear de William Shakespeare (1606)
Edades: Recomendo a partir de 3+ años
Valores principales: Amor verdadero, Honestidad, Humildad, Sabiduría, Sencillez, Gratitud, Valorar lo esencial, Perspicacia, Desapego, Reflexión.