
Dibujo para colorear
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Fabula sobre la vanidad
En un remoto y apacible pueblo rodeado de montañas y campos de trigo dorado, vivía una joven llamada Valentina. Desde su nacimiento, se decía que había sido bendecida por las hadas de la colina con el don de la belleza y con ciertas habilidades que aún nadie lograba describir con exactitud. Algunos ancianos afirmaban que su llegada al mundo estuvo acompañada por el canto de un ruiseñor en pleno invierno, lo que para ellos era señal de un destino especial.
A medida que crecía, era habitual escuchar los murmullos admirativos de familiares, vecinos y amigos, quienes no perdían oportunidad de elogiar su gracia y encanto. Valentina poseía unos ojos azules tan claros como el cielo en un día sin nubes, cejas finamente delineadas y un cabello negro, abundante y brillante que caía en ondas suaves sobre sus hombros. Era, para muchos, el epítome de la belleza juvenil, una visión que parecía sacada de un antiguo cuento popular.
Cuando cumplió doce años, sus padres, deseosos de agradarle, le regalaron un juego de accesorios para su tocador. Este incluía un peine tallado en madera de nogal, pequeñas escarchas de colores que brillaban como diminutas estrellas y, sobre todo, un espejo de mano con un marco dorado ornamentado con filigranas en forma de hojas y flores. Se decía que el espejo había pertenecido a su bisabuela, y algunos creían que conservaba en su cristal un leve encanto mágico que realzaba la belleza de quien se mirara en él. Valentina lo convirtió de inmediato en su posesión más preciada, llevándolo consigo a todas partes, como si el objeto fuera una extensión de sí misma.
Sin embargo, mientras se deleitaba cada vez más en su propia imagen, su rendimiento académico comenzó a deteriorarse. Las notas que antes se mantenían en la excelencia fueron cayendo poco a poco. Sus profesores, preocupados, comentaban que rara vez la veían concentrada en clase: en lugar de tomar apuntes, se distraía observándose en el espejo, corrigiendo un mechón rebelde o buscando un ángulo en el que su rostro se viera más perfecto.
A pesar de los ruegos de sus padres, quienes le pedían que prestara atención a sus estudios y recordara que la belleza era pasajera, Valentina se consumía en su vanidad. Había aprendido que, con una sonrisa y una mirada dulce, podía obtener casi cualquier cosa: pequeños obsequios, favores e incluso que otros hicieran sus tareas escolares. Estaba convencida de que su porvenir estaba asegurado gracias a ese don que todos admiraban.
Un día de primavera, mientras regresaba a casa después de una tarde en la plaza, Valentina se detuvo en un camino poco transitado. Este se abría entre los matorrales y se adentraba en el bosque, un lugar del que los niños del pueblo solían hablar con cierto misterio, mencionando criaturas y leyendas antiguas. Ella, absorta en la imagen que le devolvía el espejo, no se dio cuenta de que cada paso la conducía más hondo entre los árboles, cuyas ramas se entrelazaban como dedos oscuros sobre su cabeza. El canto de los pájaros se desvaneció y un silencio inquietante comenzó a envolverla.
Cuando finalmente alzó la vista, estaba rodeada de espinos densos y enmarañados que le bloqueaban el paso. El aire se sentía pesado y húmedo. Intentó retroceder, pero pronto comprendió que se había perdido. Presa del miedo, empezó a abrirse camino entre los arbustos; las espinas rasgaron su vestido y arañaron su piel delicada. Su rostro sufrió cortes y su cabello, antes perfecto, se enredó con ramas y hojas. El espejo, su tesoro más preciado, resbaló de sus manos y cayó entre los matorrales, desapareciendo bajo la espesura.
Horas después, exhausta y con lágrimas en los ojos, logró encontrar un sendero que la llevó de vuelta al pueblo. Al llegar a casa, su reflejo en el cristal de la ventana la dejó sin aliento: apenas quedaba rastro de la joven que había salido esa mañana. Sus mejillas estaban hinchadas, su piel marcada por rasguños, y su cabello, enredado y opaco.
Con el paso de los días, descubrió que la atención y los halagos de sus compañeros se habían desvanecido junto con su belleza. Muchos ya no la miraban de la misma manera, y solo unos pocos amigos permanecieron a su lado. Fue entonces cuando Valentina, con el corazón pesado pero más consciente, comprendió que había vivido encerrada en una burbuja de vanidad. El espejo ya no estaba para devolverle una imagen perfecta; ahora debía construir algo más valioso: un carácter digno y un espíritu generoso.
A partir de ese día, se esforzó por ser una mejor hija, ayudando a sus padres sin que se lo pidieran. Prestaba atención en clase, levantaba la mano para participar y comenzó a descubrir que había placer en aprender y en hacer bien las cosas por sí mismas. Con el tiempo, aunque su rostro sanó y recuperó parte de su encanto, lo que más brillaba en ella ya no era su belleza externa, sino una luz interior que inspiraba respeto y cariño.
FIN.
Flipbook del Cuento: El Espejo Dorado
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Moraleja:
El cuento de “El Espejo Dorado” nos enseña una lección muy importante sobre la verdadera belleza y el peligro de la vanidad. Al principio, Valentina solo se preocupaba por ser bonita por fuera, y pasaba todo su tiempo mirándose al espejo. La moraleja principal es que la belleza que realmente importa es la que llevamos en nuestro interior, es decir, ser una buena persona, ser amable con los demás y esforzarse en la escuela. La vanidad, como le pasó a Valentina, puede hacernos perder de vista las cosas más valiosas de la vida, como el conocimiento y la bondad. El cuento nos recuerda que, al final del día, lo que realmente nos hace brillar es la luz de nuestro corazón, no el reflejo en un espejo.
Datos adicionales
Autor: Original de Mi libro de cuentos
Edades: Recomendado a partir de 6 años
Valores principales: Humildad, Reflexión, Autoestima, Crecimiento personal, Valor, Consciencia, Empatía.