Dibujo de rey para colorear basado en el cuento El Rey Midas

Dibujo para colorear

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El Toque de Oro del Rey Midas

Érase una vez un rey llamado Midas, cuyo reino brillaba bajo el sol como un tesoro interminable. Poseía más oro que cualquier otro monarca en el mundo, y sus bóvedas subterráneas, custodiadas por gruesas puertas de hierro, rebosaban de lingotes, monedas y joyas. Sin embargo, por más que acumulaba, su corazón nunca se saciaba. Cada nueva pieza de oro que añadía a su colección solo avivaba su deseo de obtener más. Pasaba largas horas encerrado en su cámara del tesoro, contando y acariciando su fortuna, como si el simple contacto con el metal pudiera llenar el vacío que llevaba dentro.

Midas tenía una hija, la princesa Caléndula, cuyo corazón era tan luminoso como su nombre. A diferencia de su padre, ella no encontraba alegría en el brillo frío del oro. Prefería el aroma de las flores en su jardín, el canto de los pájaros al amanecer y los rayos del sol acariciando su cabello dorado. A menudo, la niña vagaba sola entre los rosales, imaginando historias que su padre nunca tenía tiempo de contarle. El rey, absorto en su obsesión, apenas compartía momentos con ella, ignorando que el verdadero tesoro de su vida no estaba en las bóvedas, sino en aquellos ojos llenos de inocencia que lo miraban con amor.

El Deseo Dorado

Una tarde, mientras Midas se deleitaba con el sonido metálico de las monedas deslizándose entre sus dedos, una sombra se proyectó sobre el montón de oro. Al volverse, encontró a un extraño vestido de blanco, cuyo rostro irradiaba una serenidad inquietante.

Tienes mucho oro, rey Midas —dijo el desconocido con una sonrisa enigmática.

 —respondió el monarca, ceñudo—, pero es poco comparado con todo el oro que existe en el mundo.

¿Acaso no estás satisfecho? —preguntó el visitante.

¿Satisfecho? —exclamó Midas—. ¡Jamás! Cada noche me desvelo pensando en cómo aumentar mi fortuna. ¡Oh, si todo lo que tocara se convirtiera en oro…!

El desconocido inclinó la cabeza, como si aquel deseo egoísta no lo sorprendiera.

¿De verdad lo deseas, rey Midas?

Con toda mi alma. Nada me haría más feliz.

Pues mañana, al amanecer, cuando los primeros rayos del sol entren por tu ventana, recibirás el toque de oro.

Antes de que Midas pudiera preguntar más, el misterioso personaje se desvaneció como niebla al viento. El rey se frotó los ojos, convencido de haber soñado. Sin embargo, una chispa de esperanza ardía en su pecho.

La Maldición Dorada

Al día siguiente, con los primeros destellos del alba, Midas despertó sobresaltado. Dudando, extendió la mano y tocó las sábanas. Nada ocurrió.

Era solo un sueño… —murmuró, decepcionado.

Pero entonces, un haz de luz dorada se filtró por la ventana. En ese instante, las telas bajo sus dedos se endurecieron, transformándose en oro puro.

¡Es cierto! —gritó, saltando de la cama.

Éxtático, corrió por la habitación tocando todo a su paso: las cortinas, el escritorio, incluso los pomos de las puertas. Todo se convertía en oro bajo su contacto. Desde la ventana, divisó el jardín de Caléndula, donde las rosas aún conservaban su color natural.

¡Le daré una sorpresa! —pensó, emocionado.

Bajó al jardín y, con un simple roce, las flores se volvieron rígidas y brillantes.

Ahora son eternas —se dijo, satisfecho—. Ella las admirará.

Pero al regresar a palacio, la realidad de su poder comenzó a revelar su lado oscuro. Cuando intentó leer su libro favorito, las páginas se soldaron en un bloque macizo de metal.

Bueno, al menos es valioso —murmuró, aunque una punzada de incomodidad lo atravesó.

El golpe más duro llegó con el desayuno. Al tomar un jugoso melocotón, este se petrificó en sus manos. Lo mismo ocurrió con el pan y el vino.

Hermoso… pero no puedo comerlo —admitió, con un nudo en la garganta.

El Precio del Oro

En ese momento, la puerta se abrió y apareció Caléndula, con lágrimas resbalando por sus mejillas. En su mano sostenía una rosa convertida en oro.

¡Padre, mira mis flores! —lloriqueó—. ¡Están frías y sin vida!

Pero ahora son de oro, tesoro —respondió él, tratando de calmarla—. ¿No son más valiosas así?

¡No! —gritó ella—. ¡No huelen a nada! ¡No crecen! ¡Prefiero las de antes!

Midas intentó consolarla, pero cuando la abrazó, un grito desgarrador escapó de sus labios. Bajo sus dedos, la piel cálida de su hija se tornó en metal helado. Sus rizos dorados, sus mejillas sonrosadas, sus pequeños dedos… todo se congeló en un instante.

¡No! —aulló, cayendo de rodillas—. ¡Caléndula!

La voz del desconocido resonó tras él:

¿Eres feliz ahora, rey Midas?

¡Feliz?! —rugió el monarca—. ¡Soy el hombre más miserable del mundo!

Tienes el toque de oro —replicó el extraño—. ¿No era lo que deseabas?

Midas no respondió, abrazando la estatua de su hija con desesperación.

Dime —continuó el visitante—, ¿prefieres un vaso de agua fresca o estas pepitas de oro? ¿Prefieres una hija risueña o esta figura inmóvil?

¡Devuélveme a mi Caléndula! —suplicó Midas—. ¡Renunciaré a todo el oro del mundo!

Una sonrisa de aprobación cruzó el rostro del desconocido.

Has aprendido la lección. Ve al río que fluye junto a tu jardín, sumérgete en sus aguas y luego rocía con ellas lo que desees restaurar.

Sin perder un segundo, Midas corrió hacia el río. Se zambulló, llenó una jarra y regresó al palacio. Con manos temblorosas, esparció el agua sobre Caléndula. Poco a poco, el oro se desvaneció, devolviendo el color a su rostro.

¡Padre! —exclamó ella, abrazándolo.

El rey lloró de alivio, prometiéndose a sí mismo que nunca más valoraría el oro sobre lo que realmente importaba.

Desde aquel día, Midas solo amó dos tipos de oro: el de la luz del sol al atardecer y el del cabello de su hija, rizado como los pétalos de una caléndula.

Fin.

Bosque de Fantasías

Moraleja:

La historia del Rey Midas nos enseña una lección muy, muy importante: que la verdadera riqueza no está en tener muchas cosas de oro o mucho dinero. El Rey Midas deseó que todo lo que tocara se convirtiera en oro, y al principio le pareció maravilloso. ¡Imagina que tu cama, tu ropa, y hasta tu desayuno se volvieran de oro! Suena divertido, ¿verdad?

Pero pronto, el Rey Midas descubrió que el oro no podía darle lo más importante: no podía abrazar a su hija, porque ella se convertía en una estatua de oro; no podía comer ni beber, porque la comida y el agua también se volvían oro. Se dio cuenta de que lo que realmente valía la pena no era brillante ni caro, sino cosas tan simples y valiosas como el amor de su familia, la comida para vivir y el agua para beber.

Así que la moraleja es: valora lo que es realmente importante en la vida. Cosas como el cariño de tus padres, el juego con tus amigos, una rica comida casera, o simplemente un vaso de agua fresca cuando tienes sed. Estas son las verdaderas joyas. Aprende a ser agradecido por lo que tienes, y a no desear siempre más y más cosas materiales. La felicidad no viene de lo que posees, sino de lo que compartes y de las personas que amas. ¡A veces, los deseos pueden traer sorpresas que no esperábamos!

Datos adicionales

Autor: leyenda de la mitología griega
Edades: Recomendo a partir de 6+ años
Valores principales: Gratitud, Humildad, Desapego material, Apreciación, Sabiduría, Arrepentimiento, Amor filial, Consecuencias, Desinterés.