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Dibujo para colorear
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El cuento: La magia de las luciérnagas
En una ciudad gris, entre edificios altos y calles bulliciosas, había un hospital blanco donde las ventanas reflejaban el sol de la mañana. En una de esas habitaciones, con paredes pintadas de cohetes y planetas, vivía un niño de cinco años llamado Tomás. Llevaba más de la mitad de su vida luchando contra una enfermedad que lo debilitaba día a día. Sus mejillas, antes sonrosadas, ahora estaban pálidas, y sus piernas, que antes corrían por el parque, apenas podían sostenerlo. Pero sus ojos, grandes y llenos de curiosidad, brillaban cada vez que miraba hacia el cielo.
Aunque sus padres se turnaban para acompañarlo, algunos días el trabajo o los trámites los obligaban a ausentarse. Entonces, en esos momentos de soledad, aparecía Clara.
Clara era una anciana de cabello blanco como la nieve, con arrugas que contaban historias de décadas pasadas. Vivía en el hospital porque su memoria ya no era la de antes: a veces olvidaba su nombre, pero nunca olvidaba sonreír. Los médicos decían que era “una paciente especial”, pues, a diferencia de los demás, ella no estaba allí por una enfermedad física, sino porque el mundo exterior se le había vuelto un laberinto sin salida. Sin embargo, para Tomás, Clara era su faro.
—¿Sabías, Tomás, que las estrellas son como luciérnagas atrapadas en el cielo? —le decía Clara mientras señalaba el firmamento desde la ventana de su habitación.
Tomás la escuchaba con atención, imaginando aquellas luces titilantes como seres vivos que jugaban entre sí.
Una noche, cuando el hospital quedó en silencio y solo se escuchaba el leve zumbido de los aparatos médicos, Clara entró a su habitación con un libro entre sus manos temblorosas.
—Esto es para ti —dijo, colocándole en el regazo un libro titulado “El Universo en Tus Manos”.
Era un libro antiguo, con páginas amarillentas y dibujos de astronautas flotando entre nebulosas, de planetas con anillos dorados y lunas que parecían sonreír. Tomás lo abrió con cuidado, como si temiera que las estrellas dibujadas pudieran escaparse.
—¿De verdad existen lugares así? —preguntó, señalando una ilustración de un planeta azul.
—Existen, y son aún más hermosos —respondió Clara, acariciando su cabeza—. Algún día los verás.
A partir de entonces, Tomás leía el libro cada noche bajo la tenue luz de su lámpara en forma de nave espacial. Soñaba con flotar en gravedad cero, con pisar la superficie polvorienta de Marte, con atravesar los anillos de Saturno. Pero los días pasaban, y su cuerpo se debilitaba. Hubo mañanas en que ni siquiera podía levantar el libro.
—No voy a mejorar, ¿verdad? —le preguntó una vez a Clara, con una voz tan pequeña que casi se perdía en el aire.
Ella lo miró fijamente, con esos ojos claros que parecían entenderlo todo.
—Lo importante no es cuánto tiempo vivas, Tomás, sino cuánto brillas mientras lo haces.
Poco después, los médicos hablaron en voz baja con sus padres. Esa misma tarde, su padre entró a la habitación con una caja grande.
—Hoy es un día especial —le dijo, abriéndola con cuidado.
Dentro había un traje de astronauta completo, con un casco que reflejaba la luz como un espejo. Tomás, a pesar del dolor, estiró los brazos hacia él con una sonrisa que no había mostrado en semanas.
Esa noche, lo llevaron al jardín botánico, donde las flores nocturnas desprendían un aroma dulce y las luces estaban apagadas para no opacar las estrellas. Tomás, vestido de astronauta, caminó lentamente al principio, pero luego, cuando las primeras luciérnagas aparecieron, algo dentro de él despertó.
—¡Miren! —gritó, señalando hacia el cielo—. ¡Son como las del libro!
Las luciérnagas danzaban alrededor suyo, mezclándose con las estrellas hasta que ya no se distinguían unas de otras. Para Tomás, en ese momento, no había hospitales ni enfermedades. Solo existía el universo, y él era parte de él.
Al regresar, estaba demasiado cansado para contarle a Clara, pero se durmió abrazando su libro, prometiéndose describirle cada detalle al día siguiente.
Pero el amanecer no llegó para Tomás.
Días después
La casa de Tomás era un lugar de silencios rotos solo por el tictac del reloj de la cocina. Su madre, incapaz de soportar la quietud, entró en su habitación. Allí estaba todo como él lo había dejado: los dinosaurios de plástico en el estante, el póster del sistema solar en la pared, la lámpara-nave espacial en la mesita de noche.
Con manos temblorosas, tomó la lámpara y se dirigió al balcón, buscando aire. Fue entonces cuando una luz suave se posó en su palma.
Una luciérnaga.
La miró fijamente, y por un instante, sintió que aquellas pequeñas alas eran familiares. La luz parpadeó dos veces, como un código, antes de elevarse hacia el cielo.
—¿Eres tú, mi astronauta? —susurró.
Y aunque no hubo respuesta, supo, en algún lugar profundo de su corazón, que Tomás había llegado finalmente a las estrellas.
FIN
Flipbook del Cuento: La magia de las luciérnagas
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Moraleja:
El cuento de “La Magia de las Luciérnagas” nos enseña una lección muy especial sobre la esperanza y el poder de encontrar la belleza en los momentos difíciles. Tomás, el niño de la historia, está en un hospital, lo que puede ser un lugar un poco triste. Pero cuando descubre la magia de las luciérnagas, se da cuenta de que incluso en los lugares más oscuros, siempre hay una pequeña luz que puede hacernos sonreír. La moraleja principal es que no importa cuán grande sea un problema, siempre podemos encontrar la magia, la alegría y la esperanza si miramos con el corazón. Y a veces, esa pequeña luz de esperanza puede venir de los lugares más inesperados.
Datos adicionales
Autor: Original de Mi libro de cuentos
Edades: Recomendo a partir de 5 años
Valores principales: Esperanza, Resiliencia, Optimismo, Compasión, Fuerza interior, Curiosidad, Alegría (en lo simple), Aceptación.