Dibujo para colorear
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¡Una explicación mítica de la imagen que parece un conejo en la Luna!
Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo aún estaba lleno de misterios y los dioses caminaban entre los hombres, Quetzalcóatl, el gran dios bondadoso, decidió viajar por la tierra en forma humana. Vestido con humildad, recorrió montañas, valles y ríos, maravillándose con la belleza del mundo que tanto amaba.
Un día, después de caminar durante horas bajo el sol ardiente, Quetzalcóatl sintió el peso del cansancio en su cuerpo. La tarde comenzaba a caer, tiñendo el cielo de un dorado suave, y su hambre y sed eran cada vez mayores. Aun así, siguió adelante, con la esperanza de encontrar algo que lo reconfortara.
Las estrellas empezaron a parpadear tímidamente en el cielo cuando la luna, redonda y brillante, salió a iluminar el camino. Quetzalcóatl se detuvo un momento para admirarla, cuando de pronto escuchó un suave crujido entre la hierba. Era un pequeño conejo, de suaves orejas y mirada curiosa, que se le acercó con delicadeza.
El dios, agotado, lo miró con ternura y le preguntó:
—¿Qué estás comiendo, pequeño?
El conejo, que masticaba tranquilamente un puñado de zacate, levantó la cabeza y contestó:
—Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
Quetzalcóatl sonrió ante la generosa oferta y respondió con amabilidad:
—Gracias, pero yo no como zacate.
El conejito ladeó la cabeza, intrigado.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó con inocencia.
El dios suspiró profundamente antes de responder:
—Quizás muera aquí, de hambre y de sed.
Al escuchar esto, el corazón del conejito se llenó de compasión. Saltó un poco más cerca y, con valentía, le dijo:
—Mira, yo no soy más que un pequeño conejo, pero si tienes hambre, cómeme a mí. Estoy aquí para ayudarte.
Quetzalcóatl quedó conmovido por las palabras del animalito. Se inclinó y acarició su suave pelaje, con los ojos brillando de gratitud.
—Eres pequeño, sí, pero tu generosidad es más grande que cualquier montaña —dijo el dios con dulzura—. Por eso, no te comeré. En cambio, quiero que todo el mundo, para siempre, recuerde tu bondad.
Entonces, Quetzalcóatl tomó al conejo con cuidado y lo levantó en sus manos. Con un movimiento majestuoso, lo elevó alto, muy alto, hasta la Luna. Allí, bajo la luz plateada, estampó la figura del conejito para que todos los hombres, en todos los tiempos, pudieran verla y recordar su nobleza.
Cuando el conejo volvió a la tierra, el dios le dijo con voz cálida:
—Ahí tienes tu retrato en luz, mi pequeño amigo. Cada vez que los hombres miren al cielo nocturno y vean la Luna, pensarán en ti y en tu generoso corazón.
Y así, desde aquel día, si miras con atención la Luna llena, podrás ver la figura de un conejo grabada en su superficie, recordándonos que incluso los actos más pequeños de bondad pueden brillar para siempre.
Moraleja:
La historia nos enseña que no importa si eres grande o pequeño, fuerte o débil, siempre puedes hacer algo especial para ayudar a los demás. El conejito no tenía comida para darle al dios, pero estaba dispuesto a ofrecer lo que tenía: él mismo. Ese acto tan generoso tocó el corazón del dios, y por eso lo premió haciendo que todos lo recordemos al mirar la Luna. Lo importante es compartir, ser amable y cuidar de los demás. Aunque a veces parezca que lo que hacemos no es mucho, si lo hacemos con amor y buena intención, puede significar muchísimo para alguien más.
Datos adicionales
Origen: Mitología azteca
Edades: Recomendo a partir de 3 años
Valores principales: Generosidad y humildad