
Dibujo para colorear
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Adaptación del popular folclore del Ratoncito Pérez
A Clara se le movía un diente. Al principio, el movimiento era casi imperceptible, pero con el paso de los días, la pieza dental comenzó a balancearse con mayor intensidad. A veces, al empujarla con la lengua, sentía que estaba a punto de desprenderse, pero siempre volvía a su lugar. Una tarde, frente al espejo de su habitación, la niña intentó visualizarse sin aquel incisivo inferior y frunció el ceño.
—Voy a parecer un vampiro —murmuró, recordando las sonrisas de sus compañeros de clase, cuyas bocas exhibían huecos oscuros que a ella le resultaban inquietantes.
Su madre, al notar su preocupación, intentó tranquilizarla:
—Clara, es completamente normal. Los dientes de leche deben caerse para dar paso a los definitivos. Además, ¿no te emociona la visita del Ratoncito Pérez?
—Sí… —respondió la niña sin entusiasmo, aunque una duda la asaltaba—. Pero, mamá, ¿cómo hace un ratón tan pequeñito para recoger todos los dientes en una sola noche?
La mujer sonrió, pero no tuvo tiempo de responder. Esa misma tarde, mientras disfrutaba de su merienda, Clara sintió un crujido sutil seguido de un leve dolor. Al sacar el trozo de pan de su boca, descubrió entre sus dedos el pequeño diente blanco, ahora separado de su encía.
—¡Mamá, míralo! —gritó, corriendo hacia la cocina con la mano extendida.
—¡Felicidades! —exclamó su madre—. Esta noche, el Ratoncito Pérez vendrá por él.
Clara, sin embargo, no podía dejar de examinar su reflejo. Si mantenía los labios cerrados, el vacío apenas se notaba. «Tal vez no sea tan horrible», pensó, aunque una inquietud persistía.
Al acostarse, colocó el diente bajo la almohada con cuidado, como si fuera un tesoro. Pero el sueño no llegaba. Cada pocos minutos, deslizaba la mano para asegurarse de que la pieza seguía allí. Hasta que, de pronto, un sonido casi imperceptible la sobresaltó: un leve rasguño, como el de unas uñas diminutas contra el suelo de madera.
Asomó la nariz entre las sábanas y contuvo un grito. Allí, en el borde de su almohada, había un ratoncito gris con una gorra azul y una mochila de cuero que parecía demasiado grande para su espalda. Su cola, larga y delgada, se enroscaba como un signo de interrogación.
—Deberías estar dormida —dijo el animalillo con una voz tan aguda que Clara parpadeó.
—Es que… quería conocerte —balbuceó la niña, incorporándose.
El Ratoncito Pérez frunció su hocico, claramente molesto.
—Mi trabajo es más fácil cuando los niños no me ven.
—Pero si estoy despierta, puedo ayudarte —insistió Clara, ignorando su mal humor.
El roedor suspiró, resignado.
—Muy bien. Dame tu diente.
Clara obedeció, y él lo envolvió en un pañuelo de seda antes de guardarlo en su mochila.
—¿Por qué los coleccionas? —preguntó la niña, incapaz de contener su curiosidad.
El Ratoncito Pérez se acomodó sobre la almohada y, con una voz que ahora sonaba melodiosa, comenzó su relato:
—Vengo del País de los Sueños, un lugar más allá del horizonte, donde todo es posible. Pero para que exista, necesitamos los dientes de los niños, porque guardan su ilusión y su inocencia.
—¿Y qué hacéis con ellos? —interrumpió Clara.
—Los molemos hasta convertirlos en polvo —explicó el ratón, haciendo un gesto con sus patitas—. Luego, lo esparcimos por el aire. El viento lo lleva a todos los rincones del mundo, el sol lo ilumina, la lluvia lo refresca… Y así, quienes creen en la magia, pueden soñar.
Clara intentó formular otra pregunta, pero el cansancio venció su curiosidad. Sus párpados se cerraron mientras el Ratoncito Pérez ajustaba su gorra y desaparecía en la penumbra.
Al amanecer, Clara despertó con un sobresalto. ¿Había sido real? Bajo la almohada, en lugar del diente, encontró una cajita de marfil tallado. Dentro, un colgante en forma de estrella brillaba bajo la luz de la mañana.
Sonrió —esta vez sin ocultar el hueco en su dentadura— y supo que, aunque el Ratoncito Pérez fuera un secreto de la noche, su magia perduraría en cada sueño.
FIN
Moraleja:
El cuento de “Clara y el Ratoncito Pérez” nos enseña varias lecciones preciosas. La primera es sobre superar nuestros miedos y aceptar los cambios. Al principio, Clara estaba un poco asustada de que se le cayera un diente y de cómo se vería. Pero al final, con la visita del Ratoncito Pérez, no solo lo acepta, sino que sonríe mostrando su huequito con orgullo. Esto nos enseña que los cambios, aunque a veces den un poco de miedo, son parte de crecer y pueden traer cosas maravillosas.
La segunda gran lección es sobre la magia de la ilusión y los sueños. El Ratoncito Pérez explica que los dientes de leche son especiales porque guardan la ilusión y la inocencia de los niños, y que con ellos se crea el polvo mágico de los sueños. Esto nos recuerda lo importante que es mantener viva la capacidad de soñar, de imaginar y de creer en la magia, incluso cuando crecemos. Los sueños nos dan alegría y nos ayudan a ver el mundo con ojos de asombro.
Finalmente, el cuento nos habla de la curiosidad y la valentía de preguntar. Clara se conforma con saber que el ratoncito existe; quiere entender el “porqué”. Su curiosidad la lleva a descubrir un secreto mágico y hermoso. Esto nos anima a ser curiosos, a hacer preguntas y a buscar respuestas, porque así aprendemos cosas increíbles y hacemos el mundo un lugar más interesante.
Datos adicionales
Autor: Rocío de Frutos Herranz.
Edades: Recomendo a partir de 3+ años
Valores principales: Ilusión, Inocencia, Curiosidad, Confianza, Superación del miedo, Aceptación del cambio, Asombro, Magia, Gratitud, Valentía.